En el París ocupado por los nazis en los últimos días de la Segunda Guerra Mundial, no era extraña la repentina desaparición de muchísimas personas de la noche a la mañana.
Los judíos estaban perseguidos, los miembros de la resistencia francesa
debían esconderse… muchos eran los motivos por los que las personas se
esfumaban y a nadie le extrañaba tanta desaparición, por lo que, la
mayoría, no fueron denunciadas ante las autoridades.
Pero tras la tragedia de la SGM se escondía una tenebrosa y escalofriante historia protagonizada Marcel Petiot.
El respetado médico era en realidad un asesino en serie que actuaba por
la noche y al que se le imputaron un número incalculable de crímenes.
Reconocimiento del asesino
El 11 de marzo de 1941, los
bomberos y la policía fueron avisados debido al humo negro que provenía
de uno de los pisos de un lujoso edificio situado en un elegante barrio
parisino. Allí se encontraron partes de cuerpos mutilados que estaban esparcidos por todas las habitaciones, mientras otros estaban siendo quemados.
La vivienda pertenecía al respetable y admirado Dr. Petiot,
una persona ajena a cualquier sospecha y que hasta entonces había
llevado una vida ejemplar. Al ser interrogado por la policía, el médico
dijo orgulloso, que dichos cuerpos desmembrados pertenecían a soldados
alemanes que habían colaborado con los nazis. Pero no era así, los
cadáveres correspondían a personas del otro bando.
Algo
ocurrió en la mente de Marcel Petiot durante la guerra para que éste
tomase la determinación de acabar con la vida de todas esas personas. El
número jamás se conoció, ya que en su vivienda hallaron los restos de
casi una treintena, pero se calculó que los crímenes cometidos superaron, muy posiblemente, el centenar.
Era un hombre sumamente inteligente, amable, encantador y con un
excelente "savoir faire" en su trato con los demás, lo que le concedía
ventaja para ganarse rápida y fácilmente la confianza de sus víctimas.
Una de las artimañas que utilizaba para engañarlos era hacerse pasar por miembro de la resistencia.
Atraía fácilmente a aquellos que por algún motivo u otro debían huir
del país. Peitot les decía que podrían escapar hacia América del Sur a
cambio de un pago. Una vez hecho el trato con la víctima, la convencía
para que escribiera una carta a sus familiares, diciéndoles que estaba
bien y que regresaría en cuanto volviese la normalidad.
Era un plan perfecto,
ya que nadie echaría de menos a esas personas, y si alguna vez se
llegaran a plantear donde estaban, pensarían que acabaron en la cámara
de gas de los nazis.
El 25 de mayo de 1946, Marcel Petiot fue ejecutado en la guillotina.


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